faces iii
Domingo 21 de agosto de 2022, 07:27.
Quisiera arrancar con esta máxima de Frank O’Hara: “El arte no es tu vida, es la vida de alguien más. Es algo verdaderamente difícil de entender para el espíritu adquisitivo y también para el espíritu de comunión propio del comunismo. Pero es como es”. Esta afirmación implica que el arte es otra vida, o tal vez sea sencillamente aquello que hace posible la vitalidad, ya se refiera a la potencia de las causas exteriores de Spinoza, o -y en este caso me interesa pensar más en esta clave- a la efusión whitmaniana, la efusión del alma, tal como leemos en sus versos que O’Hara cita para pensar a Pollock: “La efusión del alma que sale de nuestro ser por las puertas emparradas y provoca constantes interrogaciones. / ¿Por qué estos anhelos? ¿Por qué estos pensamientos en la oscuridad? / (...) / ¿Por qué hay árboles a cuya sombra no puedo pasear sin que vastos y melodiosos pensamientos desciendan sobre mí?”.
Estas preguntas refieren a un agente exterior a partir del cual podemos pensar nuestros límites y aquello que va más allá, aquello de lo que se impregna la intuición al crear, eso que O’Hara llama intuición creativa, para referirse a una intuición que funciona ocasional y causalmente de un modo a la vez crítico que innovador.
Pollock: "Mi pintura no sale del caballete. Apenas si estiro los lienzos antes de pintar. Prefiero clavar la tela sin estirarla contra la pared o el piso. Necesito la resistencia de una superficie dura. En el suelo puedo trabajar más fácil. Me siento más cerca, siento que soy una parte más de la pintura, porque de esta manera puedo caminar alrededor, trabajar desde los cuatro lados y meterme literalmente en la pintura".
Esa energía, esa efusión, debe encontrar su cauce en la unicidad de propósito arraigada en las convicciones: de ahí surge necesariamente esa vida de alguien más, algo de lo que es imposible tener un control estricto, no dejando más lugar para quien hace que el de testigo primordial de su advenimiento: es precisamente ahí donde Pollock se vuelve él mismo la pintura.
Decimos que nos enfocamos más en la perspectiva whitmaniana porque hay una diferencia radical entre el vitalismo spinoziano y el que nos propone el poeta estadounidense. En Spinoza, la subjetividad se manifiesta de otra manera, la escisión en la sustancia, el corte, no se da a través de la matriz de género y especie, sino en torno a categorías, grados de potencia, intensidades. En el caso de Whitman, el Yo, el cuerpo eléctrico a la vez alma y cuerpo encarna las potencias en sí, sintetiza y conduce los anhelos (¿Y si el cuerpo no fuese alma, qué es el alma?).
Es lo que le sucede a Lana del Rey cuando da cuenta de que Elvis es su daddy y Marilyn su madre. Ella encarna en sí, sintetiza, toda una identidad nacional que transhumana -para pensar en los términos paradisíacos del Dante ya que nos referimos al álbum Paradise- como una Jesús trans -¿o la hermana de Jesús?- y canta, una vez más, el cuerpo eléctrico. De todas maneras estas posiciones no son meros compartimentos estancos. acá la movilidad es determinante, por eso de la misma manera que Elvis, el daddy puede resultar Whitman, la madre el principado de Mónaco vía la figura endiosada de Grace Kelly, para que los diamantes ocupen el lugar de la redención y que posteriormente los desplazamientos -el cuerpo eléctrico es siempre móvil- decanten en oxímoron sugerente: un firmamento bebé, un padre suicidio. Las figuras se sustituyen y sin embargo lo que queda como impostergable remanente es una figura de identidad que como una efusión se manifiesta. Acá la perfección spinoziana, el telos que en Whitman podríamos emparentar a un eterno retorno nietzscheano colmado de toda una sustancia redentora, en Lana del Rey es la opulencia: la abundancia infinita que en ella se traduce en términos materiales y objetos de consumo. Así y todo, la canción es la misma, se canta el mismo cuerpo eléctrico y se le canta a una misma identidad, una unicidad de propósito.
Sagrado es el cuerpo del hombre y sagrado es el cuerpo de la mujer,
No importa de quién sea, es sagrado -¿es el del peón más despreciable de la cuadrilla?
¿Es el de uno de los inmigrantes más torpes que acaban de desembarcar en el muelle?
Todos, aquí o allá, tienen su lugar, no menos que el más rico, no menos que tú,
Todos, hombre o mujer, tienen su lugar en la procesión.
(Todo es una procesión,
El Universo es una procesión de paso medido y perfecto.)